jueves, 15 de diciembre de 2016

sábado, 3 de diciembre de 2016

Hojas

La tierra tiene música para los que escuchan (George Santayana)



Adopta el ritmo de la naturaleza; su secreto es la paciencia (Ralph Waldo Emerson)



La naturaleza no hace nada incompleto ni nada en vano (Aristóteles)



En la tierra no hay cielo, pero hay partes de él (Jules Renard)



El cielo está bajo nuestros pies, tanto como sobre nuestras cabezas (Henry David Thoreau)



La naturaleza es el arte de Dios (Dante Alghieri)



Los árboles son los esfuerzos de la tierra para hablar con el cielo que escucha (Rabindranath Tagore)



Hoy he crecido más alto por caminar con los árboles (Karle Wilson Baker)



En la naturaleza nada hay superfluo (Averroes)


miércoles, 30 de noviembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (y 30)


20 de agosto
Temperatura al amanecer: 12º C
Hoy es nuestro último día de viaje. Mañana no cuenta, ya que tenemos que entregar la auto a las tres en Auckland, y antes de eso toca vaciarla, limpiarla y meter todo el equipaje en los bolsos, tarea esta última que ya de entrada se me antoja imposible.
Amanece nubladete y con amenaza de lluvia, pero no nos quejamos porque el buen tiempo nos ha acompañado durante casi todo el viaje, especialmente en la Isla Norte. En el aparcamiento hay un buen puñado de vehículos-vivienda, entre ellos algunos autobuses. El que se encuentra estacionado detrás de nosotros viene importado de China. ¿Que cómo lo sabemos? Pues porque encima del parabrisas, donde suele aparecer el nombre de la ruta, aún figuran los caracteres en mandarín.

El autobús-vivienda chino
Un día es un día, y hay que aprovecharlo. Por suerte en Kerikeri está todo bastante cerca. Como nos da miedo de que no haya sitio donde dejar la auto en las inmediaciones de la Stone House, elegimos un aparcamiento disuasorio al otro lado del río Kerikeri. Antes de bajarnos descubrimos que el lugar está lleno de ¡gallos! Veinte o treinta corretean de aquí para allá, pendientes de que alguien aparezca con una bolsa de comida. Les echamos algo, pero enseguida abandonamos porque se muestran realmente voraces.

Los gallos asesinos de Kerikeri
Gallos en trance de atacar a una turista
La Casa de Piedra es el edificio de ídem más antiguo de Nueva Zelanda, y data de 1836. Actualmente alberga una tienda donde venden productos antiguos. A su lado está la Mision House, aún más antigua (1822). Tres años antes el poderoso jefe Hongi Hika permitió al reverendo Samuel Marsden instalarse aquí. Visto lo visto, el infeliz no tenía ni idea de lo que se le venía encima.
Tras comprar algunas chucherías, nos damos un paseo hasta el Kororipo Pa, el poblado fortificado del ingenuo y  antedicho jefe. Bueno, más bien lo que queda, pues aparte de las explanadas y los fosos no hay nada, salvo unas estupendas vistas del río en su camino hacia The Bay of Islands.

Río Kerikeri
The Stone House
The Stone House, por dentro
El río, la Casa de Piedra y la Misión  desde el pa
La Misión
Rewa´s Village
El falso granero
Visitado el pa, cruzamos de nuevo el río para visitar el Rewa´s Village, que es una recreación de un poblado maorí. Dice la guía Lonely que la entrada cuesta 5 dólares los adultos y uno los niños. Parece que por aquí la inflación ataca duro porque nos cobran 10 dólares a los mayores, y 5 a Inari. Sinceramente, tampoco es que tenga gran cosa que ver, como no sea la cabaña del jefe, una canoa y un falso granero para engañar a los bichos que pretendían zamparse la cosecha.
Es la hora de comer, así que regresamos a nuestro hogar móvil. Durante la comida tenemos tiempo para observar las evoluciones de la manada de gallos, que no quitan ojo a cualquier potencial cliente que venga a traerles comida.
Rainbow Falls
Rainbow Falls
Desde aquí parte una ruta estupenda a pie que, remontando el río, llega hasta las Rainbow Falls, pero no podemos seguirla por hallarse cerrada. No queda otra que coger la auto y desplazarse hasta allí. Cuando llegamos al aparcamiento comienza a llover. Sin embargo, la visita vale la pena, porque son unas cataratas con bastante embrujo. En el mirador hay un chico con cámara de fotos, y cuando al rato pasamos otra vez no se ha movido. A modo de explicación me dice que está esperando el arcoiris, pero que no sale. Alma de cántaro, ¿qué arcoiris vas a ver con la que está cayendo?
Nos queda la tarde por gastar, y decidimos seguir viendo cascadas (con la actividad sísmica que tiene Nueva Zelanda, aquí las fallas y los saltos de agua se cuentan por centenares). Salimos de Kerikeri y nos dirigimos a Haruru, donde se halla la catarata homónima. Aquí también seremos recibidos por la correspondiente delegación de gallos, si bien menos numerosa que la de Kerikeri. Por lo visto hay quienes han descubierto lo bien que engorda la cabaña avícola a costa de los turistas.

Haruru Falls
Haruru Falls (con arcoiris)
Haruru Falls
Haruru Falls
Comisión gallística en Haruru Falls
Haruru Falls
Esta cascada no es tan espectacular como la del Arcoiris, pero tiene la particularidad de que vierte directamente en el mar. Ahora no, que está la marea baja, pero sí con la pleamar. Las aguas son las del río Waitangi, que da nombre al más famoso tratado de la historia de Nueva Zelanda, firmado en 1840 entre la Corona y más de quinientos jefes maoríes. Dicho acuerdo establecía la soberanía británica a cambio de una serie de libertades y beneficios que después fueron sistemáticamente conculcados por los colonizadores. Se puso por tanto en práctica aquello que dice Krahe de Hombre blanco hablar con lengua de serpiente.
Entre claros y chubascos proseguimos hacia el Sur con parada en Kawakawa. Este pueblo es famoso por sus lavabos públicos, diseñados por Hundertwasser. No hacemos por encontrarlos, porque el aseo que buscamos es el destinado específicamente a las autocaravanas, pero tampoco nos hubiera importado verlos: aún recuerdo cómo nos impactó descubrir en Austria la figura de este original arquitecto del que no sabíamos nada, y cuya obra recuerda tanto a la de Gaudí. Fue tal la virulencia del hallazgo que nos olvidamos por completo de lo que que uno va a ver por aquellos pagos: la Viena de los Habsburgo y de la simpar y desgraciada Sissí. Al parecer, Hundertwasser vivió cerca de este pueblo, en una cabaña sin electricidad, durante veintisiete años, hasta su muerte. Digo yo que sería en sus ratos libres, porque era un hombre que no paraba de viajar por todo el mundo.
A poco de salir de  Kawakawa vemos a la izquierda un cartel que dice: Kawiti Glow Worm Caves. Ya sé que es tarde, y que hemos visto muchas luciérnagas y todo eso, pero son tan pocas las ganas de dar por terminado el viaje que cualquier excusa es buena. Entro por el desvío, un camino de tierra, y efectivamente constatamos que las cuevas ya están cerradas. No importa: bajando hacia el Sur, a 50 kilómetros, tenemos las Whangarei Falls, y esas seguro que no cierran.

Whangarei Falls
Whangarei Falls
Chispea y anochece cuando llegamos a las cascadas, que con su caída de 26 metros por encima de la lava basáltica conforman un escenario absolutamente cinematográfico. El puente que cruza por encima conduce hasta un sendero que desciende hasta el fondo del cauce. Está ya casi oscuro y no se ve un pijo, pero así y todo bajamos. Había una pareja por aquí, pero nos hemos quedado solos, como tantas veces en este país de la larga nube blanca. Sé que esta noche tengo que conducir todavía más de cien kilómetros, y que mañana por la tarde habremos de devolver la que ha sido nuestra casa durante un mes. Que nos espera un largo larguísimo viaje hasta la otra punta del planeta.
Pero nada de eso importa ahora. La lluvia nos moja y se mezcla con el agua pulverizada de la catatara. Mientras escucho su fragor, se me figura que me hallo en casa, redactando estas notas, y que a la vez estoy aquí. Que no me he marchado porque sigo sintiendo la humedad del aire como una caricia. Y que mañana podré ir al Milford Sound y al Monte Egmont. O a los Arcos de Oparara, o a encontrarme con las focas y los pingüinos de la Península de Otago. Y mientras en mi estudio termino este libro, deseo no haberme marchado nunca. Como Juan Fernández, como los portugueses o españoles que tiñeron de rojo el pelo de los maoríes.
Quiero regresar, a ser posible en esta vida.

Haere ra.

Kilómetros etapa: 219
Kilómetros viaje: 5.812


DISTANCIAS RECORRIDAS

En avión: 39.730 km.
En autocaravana: 5.921 km.
En barco:100 km.

EPÍLOGO NOSTÁLGICO

Entrando en Auckland
Auckland
Auckland
Foto de despedida del cuentakilómetros

Auckland se pierde en la noche
Largo camino hasta Dubai
Aeropuerto de Dubai
En España aún es de noche
Ya queda menos
La Palmera
Cultivos en Arabia Saudita
Desierto del Sinaí
Mar Rojo
Delta del Nilo

Alejandría, Egipto
Costa de Túnez
Playas argelinas
Formentera

FIN

                                            
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